La cultura del libro como un bien público

En sociedades donde se ha sacralizado el dominio de la propiedad privada y el mercado, no es de extrañar el surgimiento de movimientos que buscan recuperar y repensar el rol del libro y la lectura en nuestras sociedades, destacando el valor cultural de la edición por sobre su  carácter comercial, poniendo el acento en el compromiso con la cultura del libro como un bien público. Las tensiones entre comercio y cultura que se relevan en los desafíos de la edición independiente tienen uno de sus principales focos en el rol que asumen los editores independientes en el espacio público, y en particular en su compromiso con lo público. Algunas de las mismas palabras que aparecen una y otra vez en este debate:  “público”, “publicar”, “diversidad”, “memoria” y “democracia” dan luces de lo que está en juego.

 

1. “Perteneciente o relativo a todo el pueblo” (Real Academia Española, 2002).

Como señala una de las principales acepciones de la palabra “público”,  correspondería esperar que desde el Estado se defienda lo público, y desde los editores, “empresas comerciales”, lo privado.  Los versos del poema satírico de Juan Agustín Goytisolo “Érase una vez el mundo al revés”, describen  bastante bien la inversión de roles  que  ha marcado el rol de actores de la sociedad civil –en este caso de los editores- y del Estado en varios momentos de la historia. La defensa editorial de la libertad de expresión ante las censuras, de la libertad de pensamiento ante los dogmas, de la libertad de creación ante las  religiones, son momentos repetitivos donde el mundo del libro: autores, editores y libreros, defienden derechos ciudadanos, derechos públicos frente a los estados. Hoy las luchas de los editores independientes se suman a esa larga historia de resistencia ante el dominio de lo privado, o lo único que impone en repetitivas ocasiones el Estado. Y esta vez se hace subvirtiendo el rol comercial que se le asigna al que hacer  editorial, poniendo énfasis en el sello cultural de este que hacer, la prevalencia del rol social del libro y la lectura por sobre su carácter comercial.

 

Parte importante de los objetivos que se dan las redes y organizaciones de editores independientes, tiene que ver justamente con salvaguardar un frágil ecosistema -el del libro-, que no puede quedar subsumido a las lógicas comerciales. Concentración, privatización, mercantilización, son fenómenos que no se llevan bien con el desarrollo cultural, con la diversidad cultural.  En nuestro país -Chile-,  la misma voz crítica de los editores independientes -que se suma a la de muchos otros actores sociales-,  ante el excesivo dominio del concepto de propiedad en las legislaciones de derechos de autor, y la contínua extensión de los derechos de propiedad intelectual, que en menos de doce  años pasó de 30 a 70 años después la muerte del autor, tiene que ver con la búsqueda de hacer valer los derechos de la sociedad toda, de lo público. Es fundamental recuperar el equilibrio básico que vio nacer este tipo de legislaciones, no solo por una defensa de lo público en tanto acceso a lo ya creado, en tanto derecho al saber, a la información, sino también  para mantener viva y libre la posibilidad para las nuevas generaciones de seguir creando.

 

Hoy, cuando a puertas cerradas se discute un nuevo acuerdo internacional de libre comercio, como es el TPP (Acuerdo Transpacífico), no es posible que sea por filtraciones de documentos confidenciales -la propuesta de Estados Unidos-, que nos enteremos que se negocia una extensión de la protección de las obras cuya titularidad no es de personas naturales. Es decir se postula extender la protección a 95 años -desde la fecha de publicación de una obra-, y a 120 años desde la fecha de su creación cuando esta no fuera publicada en los años próximos a su creación. Ya el hecho que se deba esperar 70 años después de la muerte del autor, para que una obra pase a dominio público, hacen casi imposible contactarse con algún heredero, si el autor no ha sido famoso y no hay alguna fundación detrás. Postular protección por 120 años, es un mal chiste. ¿Dónde encontrar hoy el legítimo heredero de una obra escrita en 1892, año en que fallece Walt Whitman? Con el nombre de la ley Mickey Mouse bautizaron la última extensión de plazos de la ley de propiedad intelectual en Estados Unidos, pues sirve esencialmente para empresas como Walt Disney y compañía, y por extensión a la monopólica industria del software y a la inescrupulosa industria de la farmacéutica. Es una aberración que los estados sigan preocupados por dar aun mas derechos y protección a esos feudos de la modernidad que concentran más riqueza y poder que muchas naciones por sobre los desafíos de enfrentar el hambre, la salud y educación de calidad para todos, la desigualdad, la destrucción del medio ambiente y de la diversidad cultural.

Algo de esto señala el director de la Biblioteca de Harvard, Robert Darnton en su “Apología del libro”,

“nuestra república se construyó sobre la fe en un principio central de la república de las letras: la difusión del saber…. Los padres fundadores reconocían el derecho de los autores a una justa retribución por su trabajo intelectual, pero afirmaban la preeminencia del interés general sobre el interés privado.  …Si aplicáramos la sociología del saber al presente -tal como Bourdieu lo hizo-, constataríamos que vivimos en un mundo concebido por un Mickey Mouse sin Alma” (Darnton, 2011) 

 

2.     “Persona que publica por medio de una imprenta u otro procedimiento una obra” (Real Academia Española, 2002).

Entre las definiciones de editor, siempre está al centro  la palabra “publicar”, “hacer notorio o patente… algo que se quiere hacer llegar a noticias de todos”, “difundir”, “revelar” (Real Academia Española, 2002).  El origen mismo de esta profesión está en lo público y no es de extrañar entonces, que cuando en la constante tensión entre cultura y comercio empieza a dominar lo comercial, desde los mismos actores del mundo editorial se reacciona buscando recuperar el carácter cultural. El movimiento de los editores independientes que  surge en los años 90, ante la concentración que empieza a dominar el mundo editorial y las industrias culturales en general, es expresión de ese compromiso con lo público. Este movimiento nace en un momento en que las derivaciones de otra palabra vinculada a lo público, “publicidad”, la que en su definición misma conlleva el carácter comercial, empieza a marcar el mundo del libro.

 

Como señala Fernando Escalante Gonzalbo en “A la sombre de los libros. Lectura, mercado y vida Pública”: “El bien público que se defiende cuando se trata de proteger la cultura del libro es una determinada estructura de la vida pública” (Escalante 2007). Una cultura donde publicar no es sinónimo -ni es dependiente- de publicidad y de marketing. Por el contrario, publicar libros es la búsqueda de un lugar que haga reflexionar, que potencie una lectura activa, que despierte la curiosidad, la pregunta, la duda. Una estructura de la vida pública   –una cultura- donde las elecciones no se definan por el dinero invertido en las campañas. Una cultura donde el mundo del libro no se asimile al star system de Hollywood. Publicar es “hacer notoria” las voces críticas, hacer “patente” las poéticas subversivas, es “difundir” lo que muchos prefieren callar, o lo que muchos no quieren escuchar, es “revelar” (quitar el velo, sacar a la luz) a través de las ciencias humanas, la literatura o la fotografía lo que los medios financiados por la publicidad omiten. Esto constituye parte importante de los catálogo de las editoriales independientes, y es un aporte indiscutible a favor de una estructura de la vida pública más participativa y democrática, “con sentido y razón”.

 

3.     “Variedad, desemejanza, diferencia / Abundancia, cantidad de varias cosas distintas” (Real Academia Española, 2002).

La definición de “diversidad” da un buen indicio de lo que representa el mundo del libro. Como una industria de prototipos la caracterizan algunos. Cada obra es diferente, ninguna novela o ensayo puede remplazar otra. En las librerías, si bien los best seller son importantes, es la multiplicidad de títulos que se venden en muy pocos ejemplares los que conforman la mayor parte de la venta. Hay más de una similitud entre los libros y los seres humanos, cada uno con su  historia, cada uno con sus pasiones, cada uno con sus penas y alegrías. Felizmente los humanos no se clonan, lo que sí es posible con los libros, lo que permite que muchos podamos compartir una misma obra.

La asfixia que ha impuesto el dominio del sello comercial en la cadena del libro y en el mundo de la cultura, ha puesto en peligro la existencia de esa diversidad. La agudización de las tensiones entre cultura y comercio en el marco del sistema neoliberal, ha dado lugar a un amplio movimiento de los diversos sectores de la cultura en defensa de la diversidad cultural, consagrando “la Convención sobre la protección y promoción de  la diversidad de la expresiones culturales” de Unesco, como un instrumento único a nivel internacional, que establece derechos y deberes de los estados en relación a sus expresiones culturales. En el mundo del libro, ese  desafío lo expresa la edición independiente en su defensa de la  Bibliodiversidad, de la cual la asociación de Editores de Chile es un claro ejemplo. Como señala Jeremy Rifkin en La era del acceso,

“si no se refrenan, las fuerzas comerciales devoraran la esfera cultural, transformándola en fragmentos mercantilizados de entretenimiento comercial, …diversión de pago y relaciones compradas.  Perder el acceso a la rica diversidad cultural de miles de años de experiencias de vida sería tan devastador para nuestra supervivencia y desarrollo futuro como la perdida de lo que queda de nuestra diversidad biológica. Restaurar el equilibrio ecológico entre cultura y comercio, es uno de los retos centrales de esta nueva era. Las generaciones futuras tendrán que afrontarlo con la misma pasión y convicción que puso la generación actual en su empeño por equilibrar la economía de la naturaleza y la economía humana.” (Rifkin, 2000)

 

4.     ”Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado” (Real Academia Española, 2002).

La memoria personal y social encuentra su máxima expresión en los libros. La invención del libro impreso ha permitido mantener viva en el tiempo -como ninguna otra invención- la memoria e historia de las culturas. La lucha por reponer en un lugar central de nuestras sociedades la cultura del libro, por mantener vivo los catálogos editoriales, asequibles las colecciones de las bibliotecas, de manera complementaria a las nuevas tecnologías, es uno de los principales desafíos que enfrenta hoy la edición independiente. La tecno utopía que domina estos tiempos nos lleva muchas veces a remplazar en vez de conjugar, y ello a la larga significa destruir. Marx decía que la historia siempre se repite, primero como tragedia, después como comedia. Cuántas veces hemos  destruido maravillas de la naturaleza y de la humanidad en nombre del progreso antes de darnos cuenta de lo valioso, enriquecedor y necesario que es construir lo nuevo sin aniquilar lo pasado. La escritura, el libro y la lectura viven en tal sentido hoy un momento crucial. Varias de las principales fortunas del mundo están vinculadas a las nuevas tecnologías y sus productos destacan en la publicidad / noticias de los medios. En la educación, en el tiempo libre y en el trabajo, vivimos tiempos de cambios radicales y ello se refleja  en nuestras prácticas de la lecto escritura. Sin duda hay nuevas maravillas, pero ni a nivel del desarrollo cerebral, ni a nivel personal ni social, la riqueza de las nuevas prácticas remplaza los aportes de las maneras clásicas de escribir y/o leer. Uno no hace uso de las mismas redes neuronales al escribir en un teclado, que al escribir a mano; tampoco al leer en una pantalla, que al leer en un impreso. Es básico potenciar ambas maneras en paralelo, no una en desmedro de la otra. Robert Darnton recuerda cómo después de la segunda guerra mundial y hasta los años 80 se destruyeron grandes colecciones de periódicos para remplazarlas por micro film, antes de darse cuenta que estos últimos son mucho menos duraderos que una obra impresa. Algunos directores de grandes bibliotecas le dieron caza a los libros y periódicos. ¿Qué queda de la enorme producción de cine mudo de principios del siglo XX? ¿Cuánto durarán en el tiempo los disquetes, discos duros, computadores donde se guardan los nuevos libros, los mail, las fotos? La ilusión de una memoria infinita, fácilmente se desvanece en el tiempo. Por lo demás, el prestar, regalar, heredar a los hijos o revender los libros, son prácticas que probablemente desaparecerán con el libro digital, resquebrajando el carácter socializador de una cultura.

 

5.     “Predominio del pueblo en el gobierno político de un estado” (Real Academia Española, 2002).

La precaria definición de “democracia” de la Real Academia Española, pone el pueblo al centro, como es el caso con la definición de “público”. Si bien la democracia es el único sistema de gobierno que encuentra fácil legitimidad hoy en día, y la palabra está en boca de todos, cada vez más su sentido etimológico se hace menos verdadero. Bourdieu con bastante verdad decía “espacio público … tengo horror de esa expresión” (Bourdieu, 2012). En ese espacio público veía el dominio indiscriminado de los medios de comunicación masivos, y en particular de la Televisión. En sus clases en torno al estado, señalaba, “que uno no termina nunca de liberarse de la evidencia de lo social, y entre los instrumentos de producción de la evidencia, de sentimiento de lo evidente, el Estado es seguramente el más potente”(Bourdieu, 2012). Su intento “de practicar la duda radical”, “des banalizar, desnaturalizar”, relevar la  “cuestión de las condiciones de ciudadanía”, los sentidos latentes de “opinión pública”, es posible gracias, -como condición necesaria pero por supuesto no suficiente-, a una práctica lectora activa. La cultura del libro posibilita mantener vivo el sueño de avanzar en ese camino, de una democracia activa, participativa, con cuidanos que practiquen la duda radical. Podríamos pensar que no estamos tan lejos de la soñada república de las letras, cuando el analfabetismo es de más en más minoritario, pero la realidad es otra, acrecentándose la brecha entre lectores activos y lectores pasivos como crece la desigualdad económica, la diferencia entre sujetos y consumidores, y el dominio de  un tratamiento de la cultura como simple mercancía.

Apostar por democratizar la cultura del libro, como lo hace la propuesta “Una  política de Estado para el libro y la lectura” de la Asociación de Editores, es un esfuerzo más, de caracter político cultural, por generar las condiciones para un espacio público de diálogo, debate y construcción colectiva.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

 

Bourdieu, P. (2012). Sur l’État. Cours au College de France 1989-1992 (1ª ed.). Paris : Raisons d’agir –Seuil.

Darnton, R. (2011). Apologie du livre. Demain, aujourd’hui, hier (1ª ed.). Paris : Gallimard.

Escalante Gonzalbo, F. (2007). A la sombre de los libros. Lectura, mercado y vida Pública (1ª ed.).  México: El Colegio de México.

Real Academia Española (2002). Diccionario de la lengua española (22ª ed.). Madrid: Espasa.

Rifkin, J. (2000). La era del acceso. La revolución de la nueva economía (1ª ed.). Buenos Aires: Paidós.

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