20 de enero 2013

La muñeca que no baila tango

La novela Carne de perra, de Fátima Sime está rodeada de silencio, un silencio atroz, un silencio inequívoco que se va enquistando en sus personajes, quienes son víctimas de sí mismos por omisos. Una forma de ser víctima es ser acusado de hacer algo que no se hizo, o de no haber hablado a tiempo, por lo cual te convierte en cómplice, aún de tu verdugo. No en balde se dice “El que calla otorga”. La protagonista no supo o no pudo hablar en su momento, el antagonista a su vez, perdió el habla y el ejercicio de su violencia fue más dramática, fue más contundente en lo que sugirió que no lo que realmente realizó. El miedo que provocaba el Príncipe en la Muñeca, era más fuerte y con mayor imaginación que lo que le hiciera o dejara de hacer; el dominio psicológico que ejerce él e ella, es tan evidente “¿Quién sabe de tu existencia ¿Tú existes por mí. “Yo soy un duro . A mí nunca me falla nada. Ni nadie”.

La obra se sustenta en el paradigma de la ausencia, es decir, significa más por lo que calla que por lo que dice. El terrorismo psicológico es tal, que la imaginación colectiva, incluyendo, por supuesto a la Muñeca, puede ser desbordante y apabullante. La violencia genera violencia, y entre más pasiva más virulenta. Los ejercicios de la violencia en esta novela son de muchas índoles: en primer lugar la violencia que hace el hombre sobre la mujer (forzarla de cualquier manera hacer lo que no quiere hacer) o peor aún, en el diccionario se acota que se ejerce violencia sobre alguien que pierde la naturalidad, por ejemplo, por sentirse avergonzada, por sí misma o por otros. También se aplica a las acciones o actitudes que, aunque voluntarias, las realiza alguien contra su gusto o su inclinación natural. Otra de las violencias latentes en la novela, es sin duda, el contexto en el que está situada la acción, la dictadura militar chilena, la violencia de Estado, que hizo el uso excesivo de la fuerza y que se respira en el texto como un olor fétido, que se ilustra más desde la oscuridad que desde la elocuencia literaria: hay verdades que por sabidas se callan.  “Nadie tuvo que decirnos nada, sabíamos de antemano por qué y contra quién es la lucha… Cuando nos constituimos, ya conocíamos nuestro papel: ser la sombra dentro de la sombra”.

En esta opacidad el relato se desarrolla no hablando de la violencia sino siendo violento en su forma narrativa. Nos sacude, no nos deja ver en perspectiva sino por el contrario nos pone las acciones y los pensamientos en primer plano. Todo el tiempo la lectura es una tortura, en el buen sentido de la palabra, pues nos somete al ritmo psicótico de sus villanía, nos acorrala las inconsistencias de una mujer borrada de sí misma y no nos permite dejar el texto de lado, nos obliga a terminar el “trabajo” pues estamos ante una nueva manera de narrar, un manera moderna y sin miramientos en donde todo se da casi de forma simultánea. El narrador omnisciente y la voz protagónica, todos hablan al mismo tiempo, como si la realidad que viven y sus diálogos interfirieran en la cabeza de quien vive la acción a pesar de ella misma y el lector también está dentro de esta locura, dejándose llevar como en un argumento y una secuencia cinematográfica.

Las descripciones detalladas, una especie de hiperrealismo de los hechos que no nos permite tomar distancia, ni respiro, y mucho menos nos permite especular hacia una posible idealización que suavice las emociones, por el contrario, como en tercera dimensión, el dolor y la frustración, las sangre, todo palpita sin pudor sobre nosotros los lectores. Vemos los árboles sin nunca poder apreciar el bosque. La protagonista no podrá jamás, como su madre, bailar tango para llenar el vacío de su vida, un vacío, está por demás decirlo, muy distinto al de su madre.

Sólo al final, en el silencio que otorga la máquina que dejó de funcionar, la que conectaba al Príncipe, y la máquina aquella de la que hablaba Poe, la de contar historias, sólo entonces, es que podemos si acaso reflexionar y es cuando recordamos otros textos que se asocian, de alguna manera, a esta novela. Por ejemplo la novela de Laura Restrepo, Delirio, en donde su protagonista es también, como en la novela de Sime, “muñeca de trapo”, abandonadas por todos y sobre todo y sobre manera por sí mismas. En Delirio, la locura envuelve “románticamente” el escenario de la violencia contemporánea; en Carne de perra, estamos contra la pared, no hay modo de zafarse.

Hay una línea de investigación muy interesante en donde pudiéramos inscribir a estas novelas contemporáneas de Hispanoamérica, junto a textos como El cielo llora por mí, de Sergio Ramírez (que aborda temas del narcotráfico) desde una narrativa policiaca y vertiginosa; La isla de los hombres solos, de José León Sánchez (un clásico de la violencia en las cárceles de Consta Rica) y la obra de Horacio Castellanos Moya, Insensatez, (reveladora mezcla de realidad y ficción ) de un autor que describe los abusos militares en los procesos revolucionarios de Centro América.

Carne de perra, de Fátima Sime sobresale por esa energía con la que cuenta, con esa estructura sin estructura, con ese detalle impecable, que deja en silencio aquello que en poesía es inefable. Su lectura me llevó a pensar en aquella película de los noventa, Pulp fiction de Tarantino, que se tradujo al español como Tiempos violentos. Y sí, esta es una novela de tiempos violentos que, insisto, vale más por lo que calla que por lo que dice, y creo que su máxima virtud es esa poderosa narrativa impecable e implacable que no permite distanciamientos posibles. Esto me recordó las palabras de un gran narrador, pero también gran crítico de ficción, me refiero a Edgar Allan Poe, quien dijo en su libro. Ensayos y críticas:

“… hay dos clases de libros sugestivos: los positivos y los negativos. Los primeros sugieren a través de lo que dicen; los segundos, por lo que pudieron o debieron haber dicho. En esto hay poca diferencia, después de todo. En cualquier caso, el verdadero propósito del libro se ha alcanzado” (pp. 281-282).

Efectivamente el propósito de esta novela corta releva la acción desencarnada, sin juicios ni arrepentimientos de una época histórica, de un maltrato físico y psicológico; de una condición humana de decadencia y deterioro, narrada desde un monólogo interior y adormecido  por la anestesia misma que da el  dolor; sin el  tiempo y el  espacio siquiera para la angustia, desde la ingenua soledad del  que ha hizo  reiteradamente abusado, hasta de sí mismo, y es en todo caso, como toda obra nueva y abierta ,el lector es el que tiene la última palabra, o tiene en un momento dado, la expresión de los  juicio  de valor que le proporciona su  lectura o puede, finalmente y por qué no, guardar silencio .Pues la obra ya nunca más le pertenece del todo al autor.

 

* Ponencia en torno a la novela Carne de perra, de Fátima Sime.

Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos (CIDHEM)

Cuernavaca, México, 20 de noviembre 20doce.

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