13 de junio 2011

La señorita Lara

“Yo siempre he pensado que toda novela es realista, que solo existe la literatura realista. Es decir, la literatura extraída de la vida, la literatura que es expresión de la vida y que no es fuga de la vida; que no es una tergiversación de la felicidad, de la desgracia, la alegría, de la aventura, de la desventura”. Las palabras son de Carlos Droguett (1912-1996), y nos sirven para recordar que pronto se cumplirán 15 años desde que nos dejara en la distante Berna, Suiza, luego de un exilio radical e irrenunciable, que no lo haría retornar a este país de las sombras, los simios sabios y los lobos sangrientos. Una patria que, pasadas las décadas, le seguía “provocando nauseas”.

Sin embargo, a partir de entonces con alguna periodicidad se ha vuelto a revisitar su obra, y han aparecido libros y también explorado nuevas publicaciones póstumas. Eloy, sigue creciendo no sólo en ediciones, sino también en lectores, lo mismo ocurre con Patas de perro, y con la colección de ensayos y crónicas reeditadas Materiales de construcción (UDP, 2009), el interés ha aumentado en las nuevas generaciones que encuentran en su voz la tensión necesaria para comprender de qué manera la literatura, sin panfletos ni heroísmos, puede seguir estando de frente a la realidad. Lo mismo ocurriría con el libro Sobre la ausencia, una entrevista clandestina, un relato censurado, (Lanzallamas Libros, 2009),  donde se rinde homenaje a su amigo, el académico y suerte de escolta subversivo, Ignacio Ossa, muerto por la DINA en 1975. Textos fundamentales para seguir portando las armas de las ideas y el peso de la estética, de uno de nuestros mejores escritores hispanoamericanos del S. XX, capaz de afirmar: “Siempre he pensado que el ser escritor, en mi caso, y el ser hombre, son cosas que no son separables en este mundo”.

Con la gran novela Matar a los viejos y la breve La señorita Lara, nuestra editorial quiso apoyar esa tarea de reconstrucción, ambos publicados el 2001, recompensando esa ausencia que, pese a las circunstancias, nadie deseó, pero que pudo servirle para afinar la mirada del que parte y es capaz de decirnos cómo nos vemos y de qué manera, tal vez desde estas páginas, podríamos comenzar de nuevo.

La cara de la desgracia

La señorita Lara narra la historia de dos estudiantes de humanidades en una escuela vespertina, Carlos y María Inés, la señorita Lara. Una historia contada por un narrador-protagonista quien como gran parte de los personajes de Droguett, se detiene a recordar. A contar para componer el presente, a escribir para olvidar, diría él mismo. Y es esa conciencia, mezcla de recuerdos y olvidos, la que vendrá a reparar con su flujo incesante, en su actual delirio con forma de declaración, una explicación, por medio de una tardía remembranza un episodio definitivo y, paradójicamente, todavía demasiado inolvidable.

El testimonio de un hecho ocurrido en la mitad de su vida, cuando conoció a esa «muchachita de diecisiete que se había jurado ser insolente, brusca, olvidadiza, brutal en esos pocos años en que estuvimos juntos sin, en realidad, estarlo. Era evasiva, escurridiza, vanidosa y a veces abiertamente fría y melancólica, todo eso no me lo demostraba solamente a mí, no era que yo fuera el elegido para hacerlo sufrir, y yo estaba en esa edad en que todas las mujeres me hacían sufrir, todas me daban miedo o desconfianza, hasta entonces no había tenido un profundo ataque de amor, de celos, de apasionado duelo, no sabía lo que era sufrir por una mujer, sólo había conocido el sufrimiento generalizado, con el que naces o creces».

Una relación de amantes abrupta, violenta, pero a la vez hermosa, desarrollándose por las calles céntricas de la capital –San Diego, Calle Prat, Bandera, Avenida Matta, Franklin– del Santiago antiguo de los años treinta; una ciudad templada por el espíritu de entreguerras y la  renovación en ciernes de la literatura contemporánea. En una época a ratos, para dos intelectuales en formación, tan propicia para la duda, la incomunicación, la evidencia de la fragilidad de las relaciones humanas. Instalando el noctámbulo escenario del engaño, pero también del furtivo encuentro a espaldas de la «ceguera», literal, de un tercero, Albónico. Una historia trágica de dos jóvenes que prematuramente envejecen, arrastrando una desesperanza casi ontológica que no les quita pisada, tornándolos apesadumbrados, con una compartida vocación al suicidio, a la muerte: en uno más que en otro. Un relato que hará recordar además de sus propios textos, que podríamos llamar más íntimos (“Isabel”, “El enano Cocorí”, algunos pasajes de Sesenta muertos en la escalera y “El hombre que había olvidado”), como también al melancólico Fédor Dostoievski de Noches blancas; las crónicas y cuentos urbanos de Roberto Arlt; al delirante Sábato de El túnel y Sobre héroes y tumbas.

Un libro excepcional, donde Droguett funde lo mejor de su rupturista, obsesivo y denso estilo, en una escritura de apenas ochenta páginas sin ningún respiro, sin otro punto aparte que el final. Una narración intensa, capaz de abarcar las casi tres horas que nos lleva leerlo. (Es muy probable que su fecha a pie de página al terminar, acusara esa misma extensión: Domingo, 16 de diciembre de 1979, Wabern, faltan cinco minutos para las 11 de la mañana, día primaveral, con sol y nubes agradables de ver, pero cuando me levanté, a las 8 y cuarto, estaba nevando.)

Con La señorita Lara, Droguett sigue estando vigente y hay que celebrar esa condición imperecedera de su obra, acaso para actualizar su propia afirmación, de que «no estamos solos mientras recordamos». Y la memoria, casi siempre, es el amor.

1 comentario

  • Gracias por escribir esto. Estoy realizando una tesis acerca de Carlos Droguett y me alegra ver que en la actualidad hay más gente que se interesa por la vida y obra de este escritor.
    ¡Saludos!

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