18 de enero 2016

LA ÚLTIMA PÁGINA DE LOM

LOM Ediciones me ha rechazado tres libros. Uno era de crónicas bastante personales; los otros dos, de cuentos. Después de los dos primeros rechazos venía una especie de vacío y luego una bronca disfrazada de cómica indiferencia que con voluntad intentaba desembocar, lográndolo a veces, en olvido y paz y uno que otro chiste privado al respecto. Pero después del último, el más maldito, me empecé a preguntar quiénes eran esos lectores del no irrevocable.

Tengo muchos libros de LOM, debo decirlo, una editorial que desde hacía tiempo, mucho antes de yo enviarles texto alguno (esa práctica ingenua, decididamente pura impura mezcla de vanidad y masoquismo), me caía y me cae bien por el sólo hecho de haber publicado El circo en llamas de Enrique Lihn (plagado de erratas, eso sí) y, este año, De la poesía a la revolución de Manuel Rojas, pero que también me caía bastante mal porque llevaba en la contratapa de algunos de sus libros (ya no, al parecer) una exhortación ofensiva, bastante torpe, en contra de la Fotocopia. Sin embargo, seguí leyendo libros de LOM por mientras escribía mis libros rechazados, hasta que hace muy poco, al acabar uno de ellos (de cuento), me hice otra vez la pregunta sobre quiénes eran esos que rechazaban los míos, y la repuesta, para mi sorpresa, estaba, y aún está, en los mismos libros de LOM: no en el catálogo de sus autores ni en su política editorial, no en nada muy difícil de determinar como el universo de sus lectores, sino, al contrario, impresa exactamente en la última página de los libros de LOM, esa donde, se supone, aparecen todos aquellos por cuyo trabajo “este libro ha sido posible”.

Empezó entonces la búsqueda, gracias a tan decisiva página, dentro de un campo delimitado de operaciones; así se me apareció LOM como la casa con pisos que es y son, a fin de cuentas, todas las editoriales. Con una salvedad, como digo, importante: quizá por un afán democratizante, supongo, o por una suerte de homologación reivindicativa cuyo resultado equivale a decir que la página es de quien la trabaja y no sólo de sus dueños, LOM se ha distinguido de todas las demás editoriales que yo conozco por señalar en sus libros, con nombre y apellido, a quienes trabajan en ellos, desde el Comité Editorial hasta Administración, pasando por Encuadernación, Despachos y Mantención, además de otros muchos departamentos. Un bonito detalle gracias al cual hoy, de hecho aquí mismo, puedo escribir jugando al detective.

Ahora bien: si empezara por los sospechosos del Comité Editorial, debería descartar de entrada a Tomás Moulian, por una cuestión de respeto y porque, a menos que en LOM practiquen la crueldad, no me lo imagino ni de cerca leyendo un libro de cuentitos para más remate de autor desconocido a fin de dictaminarlo (en contra); el problema es que, descartado Moulian, aun así queda mucha gente (doce nombres del Comité Editorial) entre los que se me ocurren varios, aunque aquí debería intentar ser un poco más honesto como para consignar que Paulo Slachevsky, con quien, luego del último rechazo, intercambié correos donde yo, picado todavía, intentaba en vano no parecer resentido y dar por cerrado el asunto, me escribió pacientemente informándome que si bien los cuentos “habían gustado”, el conjunto compuesto por ellos “no encantó” y que, en fin, así era la cosa y más valía intentarlo de nuevo, no cejar en el intento, esas cosas que dicen los padres (mi madre, al menos, después de cada rechazo) y que, pese a todo, agradecí. Además, si Slachevsky, como estoy seguro, no habla, o no me hablaba, en tercera persona de sí mismo (aunque puede ser una trampa, pues Slachevsky tal vez sea el mayordomo de LOM, es decir, el culpable), es entonces descartado de inmediato si no quiero, y la verdad no quiero, volverme loco investigando quiénes o quién rechazó ese libro de cuentos agradables sin encanto alguno.

Pero aún quedan muchos, demasiados, de quienes sospechar, la mayoría gente totalmente desconocida para mí. Aquí también debo admitir que mis sospechas en un segundo momento recayeron no ya sobre el Comité Editorial, sino, más bien, sobre los dos de Producción Editorial y sobre el encargado de Proyectos, aunque de igual manera me imaginé, por qué no, a los dos de Bodega, bajo un tubo fluorescente, diciéndole No a mis libros. ¿Y qué tal si, por otra parte, los tres de Servicio al Cliente, o más aún mis tres colegas de Librerías (pues yo vendo libros) son los directos responsables de mi ofuscación e imposibilidad de entrar por fin al ruedo de la industria editorial chilena? Porque podría ocurrir que en LOM, a cuyas oficinas deben o deberían arribar un titipuchal de inéditos con hambre de publicación, todos (por ejemplo los cuatro de Corte o los cinco de Diseño y Diagramación Computacional, o los dos de Diseño y Diagramación Editorial), finalmente lean y estén bien dispuestos a dictaminar mis libros (en contra), cuestión que me parecería genial, una editorial donde todos lean, donde la actividad de la lectura cruce las oficinas, los pasillos, las bodegas de cabo a rabo, vale decir, una editorial en la que el fraccionamiento enajenante del trabajo (contra el cual escribió el mismo Manuel Rojas en un texto implacable del ya referido volumen publicado por LOM) se constituya sólo en el sutilísimo acto de simulación consistente en agregar una visible pero distractora página al final de cada uno de sus libros. Y si bien esta exageración entintada con algo de paranoia se ha visto en parte neutralizada al percatarme del solitario sujeto encargado de una nomenclatura tan extraña como “Comunidad de lectores”, lo cierto es que tampoco puedo descartar así como así a los cuatro de Ventas ni aún al de Proyectos, fórmula tan gris y sospechosa como la de Comunidad de Lectores (aunque, atención: ¿no serán los cuatro de Despachos, tal cual su temible nombre lo indica, a quienes ando buscando?)

Uno de los asuntos que tratamos a la pasada en el intercambio de correos con Paulo Slachevsky, a propósito del nuevo rechazo, tenía que ver justamente con la imposibilidad, debido al mal genio, la baja autoestima y todo eso, de escribir un relato afincado en el rechazo mismo, del tipo Secuelas de una larguísima nota de rechazo de Bukowski, o, mejor aún, como el de Richard Brautigan y su gran Biblioteca de Libros Rechazados aparecida en la novela El aborto. ¿Hubo acaso alguna mínima pizca de autocrítica? Por mi parte, y porque tal estado de ánimo persiste aunque me haga el leso, pienso corregir los errores del pasado disponiendo dicha narración vivencialmente, a buen cubierto del peligro de una (nueva) desaprobación editorial.

Más de una vez, no recuerdo el motivo (mentira, sí lo recuerdo: todo indicaba que uno de mis libros iba a ser publicado), entré a las oficinas de LOM en la bonita casona de Concha y Toro 23. Ahora pienso hacerlo de incógnito. Quiero conocer cara a cara a los posibles rechazadores de mis libros, seguro andan por ahí los dos de Mantención y el otro solitario de Corrección de Pruebas o los cinco de Administración, a quienes por supuesto deberé seguir e investigar. Tengo un plano del recinto y sospechas, por supuesto, en los tres de Comercial Gráfica LOM y en el individuo de Distribución, pero también quiero observar el comportamiento de la Secretaria Editorial, la Responsable de Edición, la encargada de Prensa y la Secretaria de Gráfica LOM, un cuarteto femenino en donde tal vez se halle la solución al enigma. Por su parte, el solitario de Producción Imprenta junto a la Secretaria de la misma, los cuatro de Impresión Digital, el parcito de Preprensa Digital, los cinco de Impresión Offset más los cuatro ya aludidos de Corte junto a toda la patota de Encuadernación (son once), vale decir, la plana completa de los Talleres LOM (ahí donde se cocinan gran parte de los libros de muchas editoriales chilenas actualmente y donde en rigor se tiene la palabra final, pues por su actividad se mantiene materialmente a flote, después de todo, cualquier editorial), deberá ser sometida a un riguroso interrogatorio de miradas. Me desplazaré, pues, desde Concha y Toro hasta Miguel de Atero 2888, en Quinta Normal, y lo haré, como dije, siempre de incógnito, esto es, como el rechazado autor de libros de crónicas y cuentos que soy. No faltaba más.

 

 

Diciembre 2015

(Guayaquil, 1977). Escribió el libro de crónicas Perdido, los poemarios Peatonal, Yo ya y los fragmentos de El piano de Waldstein, además de la nonononovela En pana. Coedita le revista cartonera PUF! en la colonia Obrera de la Ciudad de México.

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