25 de julio 2011

Pierre Nora y los lugares de la memoria: De la emoción al descontento

“Todo lo que llamamos estallido de memoria es la culminación de su desaparición en el fuego de la historia. La necesidad de memoria es una necesidad de historia” escribió el historiador Pierre  Nora para Les lieux de memoire, publicada por Gallimard entre 1984  y 1992.

Mientras reporteaba la segunda vuelta de las recientes elecciones presidenciales de Perú, que culminaron el  6 de junio con la elección de Ollanta Humala,  en repetidas ocasiones recordé la cita de Nora que pude leer en la edición de sus textos publicada por Lom en 2009, bajo el título Pierre Nora en Les lieux de memorie.

Fue la memoria uno de los temas fundamentales de la campaña de Humala en contra de Keiko Fujimori, la candidata de los grupos más conservadores de Perú y continuadora del estilo populista que impuso su padre Alberto Fujimori, entre 1990 y 2002.  Memoria rescatada por diversas generaciones: desde los históricos militantes de grupos  de derechos humanos  hasta los movimientos del “No a Keiko”, “No te dejes Perú” o del “Cásate con la Verdad”, surgidos para la coyuntura. Y materializada en carteles, banderas, acciones de arte;  relevada en cifras, registros fotográficos o testimonios verbales.

Memoria que devino, finalmente, en un resultado que muchos calificaron de histórico, puesto que el 28 de julio asumirá por primera vez la presidencia de Perú un candidato apoyado por la izquierda y elegido en las urnas.

Cierro paréntesis y vuelvo a Los lugares de la Memoria. Se trata de una obra colectiva y monumental (tres tomos, casi cinco mil páginas) con la que Nora, en su calidad de editor de Gallimard y secundado por más de un centenar de historiadores dio un golpe de cátedra. La obra total se escribió entre 1984 y 1992 y  durante más de diez años se hizo un recorrido desde los orígenes hasta la construcción más vigente de la historia francesa.

Pierre Nora, quien pertenece a  la  prestigiosa Academia Francesa, fundó en 1980 la revista académica Débat en cuyas páginas han estado los más destacados  intelectuales de su país.

No es extraño entonces que haya acometido la gigantesca tarea de desmenuzar la historia francesa. Ni tampoco lo es el resultado de sus propios escritos que a pesar de su densidad permiten navegar de manera fluida en un mar de conocimientos.

Detengámonos por ejemplo en  el capítulo referido a las Memorias-  ¿cuántos políticos han podido eludir la enorme tentación de “pasar a la historia” escribiendo sobre sus vidas ?- género que  configuró la historia francesa a través de siglos. Nora cita al padre  Pierre Le Moyne y su tratado De l’historie (1760)  “Francia hasta ahora tiene muchos diarios y Memorias y ni una historia francesa”  señala éste,  recordando la popularidad del género después de la Revolución francesa; aunque ya existía una tradición en los señores feudales. El historiador resalta que  en la época contemporánea De Gaulle fue  uno de sus más notables exponentes (Mitterand sigue la saga con sus Memorias interrumpidas, pero al momento de publicarse las notas de Nora no había acometido la empresa de escribir sus recuerdos que se publicaron recién en 1996) y que antes tuvo entre sus cultores a  Saint Simon y Chateaubriand, entre otros

“Las memorias son el aspecto simbólico de una lucha por el poder, por el monopolio del pasado y la reconquista de la posteridad de lo que se perdió en la realidad”, dice Nora recordando a Albert Sorel  (Histoire et memoire-1903) quien escribió “no hay batalla perdida que no se vuelva a ganar en el papel”. Bien lo saben algunos nuestros próceres.

La distancia entre memoria e historia

Ahora bien, no se crea que siendo como es un texto referido a Francia no haya espacio para el vínculo con nuestra propia historia. Nada más atingente que el capítulo referido a los lugares de la memoria, en el cual  desde el comienzo Nora advierte: “Se habla tanto de memoria porque ya no hay memoria”, comentando luego que  a medida que los hombres se han atribuido el derecho, el poder e incluso el deber del cambio, la distancia entre memoria e historia se ha profundizado.

“Los lugares de la memoria son ante todo restos, la forma extrema bajo la cual subsiste una conciencia conmemorativa en una historia que la solicita, porque la ignora (…) Los lugares de la memoria nacen y viven del sentimiento de que no hay memoria espontánea de que hay que crear archivos, mantener aniversarios, organizar celebraciones, pronunciar elogios fúnebres, labrar actas, porque esas operaciones no son naturales” escribe.

Da que pensar; sobre todo porque no se refiere estrictamente a los lugares físicos, aunque también los alude. No hace mucho, en mayo de este año, en la 5ª Escuela Chile Francia organizada por la U. de Chile y la embajada de Francia, una de las expositoras hablaba sobre los memoriales levantados para recordar a las víctimas de la represión en Chile. Uno de los ejemplos reseñados fue un monumento existente en la Alameda, al lado de la estación Los Héroes. No lo traería a colación si no fuera por la casi nula resonancia que este espacio tiene en relación al propósito que le dio vida: recordar a las mujeres detenidas, torturadas, hechas desaparecer por la dictadura militar. Dicho de otro modo, aquí ni la “vigilancia conmemorativa” salva el hecho del “maquillaje de la historia” (los conceptos son de Nora).

Hay otra memoria más íntima, subjetiva y el autor ejemplifica esto con las famosas magdalenas de Marcel Proust. Esos quequitos que el autor francés inmortalizó en una obra que ya es parte de la historia, En busca del tiempo perdido.

¿Y qué decir de los anteojos Magnum quebrados, que Allende portaba el día del bombardeo a La Moneda, exhibidos como objeto histórico en el Museo Histórico Nacional, desde 2005?

Nora sostiene que memoria e historia funcionan en dos registros radicalmente diferentes, aun cuando ambas tienen relaciones estrechas y que la historia se apoya, nace, de la memoria. “La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado. Por esa razón, la memoria siempre es portada por grupos de seres vivos que experimentaron los hechos o creen haberlo hecho” dice en una entrevista reciente. “La memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual”. Advierte contra su naturaleza afectiva, emotiva y por ende  “vulnerable a toda manipulación, susceptible de permanecer latente durante largos períodos y de bruscos despertares”. La historia en cambio, señala,  “es una construcción siempre problemática e incompleta de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó rastros”. Rastros con los que el historiador “trata de reconstituir lo que pudo pasar y, sobre todo, integrar esos hechos en un conjunto explicativo”.  Por eso afirma: “La historia reúne; la memoria divide”.

Más, nada es tan absoluto. En el libro “Los lugares de la memoria”  sostiene: “En un país como Francia, la historia de la historia no puede ser una operación inocente” (…) “Toda historia es crítica por naturaleza, y todos los historiadores han pretendido denunciar las mitologías mentirosas de sus predecesores. Pero algo fundamental se inicia cuando la historia comienza a hacer su propia historia”.

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