24 de junio 2016

«Sueño de una noche de verano» en la poesía popular

Sobre Sueño de una noche de verano, William Shakespeare
Adaptación a poesía popular chilena a cargo de Manuel Sánchez y Luis Villalobos.
Lom Ediciones, Santiago, 2015.

Ciñéndonos al imaginario que William Shakespeare construye en esta obra, diríamos que SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO ha hechizado a directores, dramaturgos, compositores, músicos, compañías, realizadores, actores y, por cierto, públicos, en distintos contextos. Como buena parte de la treintena de títulos del autor inglés, es una pieza que ofrece múltiples capas y que plantea preguntas inquietantes y a ratos incómodas que resuenan más allá del momento en que fue escrita en el año 1595. Los estudiosos de Shakespeare identifican en ella el canon de una mascarada. Es decir, una obra que juega con los mecanismos de la representación, que involucra a los espectadores de manera activa y que parodia o alude a la estructura social de la época. Se afirma incluso que habría sido escrita para una boda cortesana, versión que algunos historiadores han descartado. En lo que existe consenso es que aun cuando se trata de una de las obras tempranas en la fértil producción de Shakespeare, reúne méritos para ubicarla entre las cinco indispensables de su repertorio. En ella, se entrelazan tres mundos: la corte, el pueblo y las hadas. Y lo hacen a partir de deseos y amores contrariados. Esto ha llevado a catalogarla con frecuencia como una comedia de equivocaciones. Sin embargo, la mitología que Shakespeare articula es menos cándida y ladina de lo que suele afirmarse. Los juegos de palabras, la metamorfosis, los enamoramientos inducidos y el erotismo que prima en las escenas la convierten en un material freudiano por excelencia.

La anécdota transcurre en torno al Solsticio de Verano en el hemisferio norte, con la noche de San Juan como trasfondo, cuando los espíritus del bosque celebran el esplendor de la luna. El ciclo de la naturaleza se ha desarticulado a causa de las tensiones que se viven en el mundo sutil. Los reyes de las hadas han querido disfrutar del placer junto a los humanos y todos los afectos se han visto alterados. La ley ateniense –que simboliza al patriarcado- se muestra incapaz de restablecer el orden. Y será un cómico juego de hechizos el que vuelva las cosas a su lugar.

La dimensión arquetípica de la fábula y el genuino encanto de los personajes explican la variedad de versiones que la obra ha encontrado en teatro, música, ópera, ballet y cine, en contra de lo que escribiera el inglés Samuel Peppys en su diario el 29 de septiembre de 1662 luego de asistir a una función en el Teatro del Rey:

“No la había visto ni la volveré a ver jamás –comentó-. Es la pieza más insípida y ridícula que existe. Es preciso reconocer que las danzas son agradables y las actrices bonitas, pero es lo único tolerable”.

La partitura de Félix Mendelssohn, de 1827, y la superproducción para pantalla grande de Max Reinhart, en 1935, reforzaron su popularidad entre el público en distintos formatos. Las versiones para ópera de Henry Purcell, en 1692, y Benjamin Britten, en 1960, hicieron otro tanto. En el medio teatral, se la señala como una de las obras de convocatoria probada, como lo demostró la temporada de Londres del año 1900 que marcó el récord de 153 funciones. Entre los montajes contemporáneos destacan la adaptación de tintes artaudianos de Arianne Mnouchkine de 1968 y la lectura radical de Peter Brook de 1970. Esta última es considerada hasta ahora un hito y constituye una referencia ineludible para quienes estudian teatro.

Más familiarizada con las tragedias de Shakespeare, la escena chilena contabiliza un puñado de versiones de SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO. La primera de ellas estuvo a cargo del naciente Teatro Experimental de la Universidad de Chile en 1944. Más tarde destacará la puesta de Eugenio Guzmán con el Teatro Itinerante en plena dictadura militar en 1981.

La presente adaptación a la poesía popular que han llevado a cabo Manuel Sánchez y Luis Villalobos se suma a la línea de traducciones y versiones que abriera Pablo Neruda con ROMEO Y JULIETA en 1964, y que siguieran Nicanor Parra con EL REY LEAR en 1992; Raúl Zurita con HAMLET en 2012; y Juan Radrigán con LA TEMPESTAD, el año pasado. Todos ellos se han enfrentado al mismo dilema: cómo trasladar el verbo shakespeareano a un habla distinta de la que emerge y conservar en este ejercicio la atmósfera de cada pieza. En SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO, los autores han trabajado además con una trama que se sustenta en el entrecruce de mundos.

El resultado -que hoy se publica- conserva la viveza de Shakespeare y sitúa la anécdota en el orden social con que tradicionalmente se ha caracterizado al campo chileno y matices de la estructura actual. En lugar de rey de Atenas, Teseo es lo que llamaríamos un patrón de fundo, cuyo matrimonio se celebrará como indica el rito criollo, mientras insta a la doncella Justa –nombre que en la versión adquiere Hermia- a obedecer el deseo del padre. Es decir, el mandato patriarcal se conserva. Las hadas que rinden tributo a Titania pululan entre menta, toronjil y el canelo, y Puck (Pack), el duende loco, debe ir a instancias de Oberón tras los tallos de la flor de los suspiros “antes de que cante el gallo” para realizar el hechizo. El grupo de obreros atenienses que prepara la obra que se habrá de representar en la última parte de la pieza, lo integran acá un bodeguero, un mocito, dos temporeros y un amansador. Y el candidato a mutar por algunas horas en esa figura enigmática de campesino con cabeza de burro pasa a llamarse Cuasimodo Peñalosa.

Por cierto, la versión toma una licencia complementaria. Si en el original el texto que se ensaya es la tragedia de Píramo y Tisbe –que Ovidio a su vez relata en Las metamorfosis-; acá nos encontramos con la historia de Romero y Chargüeta, una variante que alude –por cierto- a lo que más tarde será ROMEO Y JULIETA, en la pluma del mismo Shakespeare.

Acaso el mayor reto por sortear de los autores haya sido la posibilidad de equiparar el mundo de las hadas y ninfas del bosque -frecuentes en las mitologías de Europa del Norte y entre las deidades griegas- para situarlas en el imaginario local. En este punto, la versión respeta el original aunque introduce algunos matices. Los improvisados actores llaman Quillén a la Luna Llena, y Titania y Oberón se muestran preocupados por los incendios del bosque nativo. Estos detalles invitan a especular que el equilibrio que se ha roto no es sino el que preocupa en la zona de la Araucanía.

Esta serie de operaciones descansan en el habla con que Manuel Sánchez y Luis Villalobos dotan a los personajes. La mayoría de los diálogos se ordenan en décimas y cuartetas, más algunos octosílabos, y se tejen a partir de refranes, dichos y giros reconocibles del habla popular. El SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO adquiere así un tinte marcadamente chileno en la forma y en la atmósfera, que seguramente habrá de acentuarse en la puesta en escena con las tonadas y los coros de cuartetas que en el texto se mencionan.

Se diría que Shakespeare ha encontrado los mejores cómplices en un punto determinante. Desde sus inicios, la pieza fue resistida por los rigores isabelinos a causa de las alusiones sexuales y cierto erotismo desviado. Los autores han echado mano en eso que llamamos picardía y han sabido responder con comodidad a la pregunta clave de Oberón:

“¿Cómo va el desorden de la noche en estos confines encantados?”

Periodista y licenciado en Comunicación Social de la Universidad de Chile. Ha ejercido como crítico de artes escénicas en prensa escrita, radio y televisión desde la década de los 90 y ha impartido cursos y talleres de crítica en programas de la Universidad de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile y Universidad Diego Portales. Fue Director de Programación y Audiencias del GAM.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *