04 de agosto 2015

Una filiación subcutánea con el movimiento estudiantíl.

Presentación del libro El Gran Experimento. Cristián Bellei: Lom Ediciones, 2015. 

• Conocí a Cristián Bellei exactamente en la página 225 de este libro, a mediados de los años 90, cuando Cristián tempranamente afilaba su fina mirada sobre la educación desde el programa MECE MEDIA del MINEDUC bajo la tutela de Cristián Cox, y yo colaboraba desde la División de Desarrollo Social de la CEPAL. Si hasta yo era joven promesa en esa época, él lo era bstante más. No me extrañó enterarme un tiempo después que iba camino al doctorado en la Universidad de Harvard, y no tuve dudas que ése era parte de un itinerario que lo traería de vuelta a Chile para constituirse ya en un referente protagónico respecto a la investigación en educación en el país. De su cosecha posterior, tanto en Universidad de Chile como también como consultor de organismos internacionales, ha ido irradiando lucidez y contundencia, y un consenso tanto en la academia como en otros foros respecto de que constituye un punto obligado de referencia para hablar sobre educación hoy en Chile.

• Aclaro de lo página 225. El programa mece media (instancia en que nos conocimos), se menciona en la página 225 de este libro como parte de los esfuerzos de la concertación de los 90 por imprimir reformas al sistema de educación sin alterar su raíz (de mercado). El MECE nos colocó en la discusión sobre cómo mejorar calidad y equidad a partir de un paquete de intervenciones en que el Estado buscaba incidir sobre dicho sistema de manera dinamizadora y con ciertas sinergias. Creo que el MECE era parte de la comunidad epistémica concertacionista de los 90, a saber, este espíritu reformista en un sentido tanto positivo como problemático: corregir el sistema (en sentido positivo), pero no cuestionar su naturaleza (en sentido crítico). Esa visión, hoy la vemos en el propio análisis retrospectivo que hace Bellei, entre otras cosas, en la página 225. Y también desde la partida (y de manera recurrente en el texto de Bellei). Ya al principio del libro ofrece una elocuente síntesis de lo que han sido las reformas y programas a lo largo de todo el período concertacionista, llegando a la conclusión que “intentaron complementar el modelo de mercado heredado de la dictadura, guiarlo, perfeccionarlo, pero no reemplazarlo” de modo que “la dinámica institucional de la educación chilena ha continuado siendo regida por lógicas de mercado.”

• El autor afirma al principio, y lo retoma al final, que ha sido el movimiento estudiantil, sobre todo en sus dos grandes hitos (pingüinos 2006, y luego 2011) el que ha puesto al centro de la agenda no ya el mejorar el sistema por los costados, sino transformarlo medularmente. De allí que los principales cambios planteados desde la segunda era Bachelet recogen el guante de las demandas estudiantiles: prohibir agentes privados subvencionados por el Estado con fines de lucro, poner fin a toda forma de selección académica y término gradual a la institución del co-pago, fortalecer la educación pública (desmunicipalización) y la carrera docente.

• En ese sentido, creo que nada más oportuno que este libro hoy. Provee a la discusión vigente y candente del rigor que necesita en términos de análisis histórico, comparativo con otros sistemas educativos, y de diagnósticos en materia de eficiencia, calidad, equidad y cohesión. Separa lo accidental de lo esencial, muestra la relación estrecha entre descontento social y fracasos del sistema en distintos planos (partiendo por el básico de encarnar plenamente el derecho social a la educación de calidad), toma partido por restituir la centralidad de la educación pública como premisa que la historia muestra como indispensable, aquí y en cualquier parte. Es un libro que se va a convertir en material indispensable a medida que los debates exijan más argumentos y mejores fundamentos.

• Este libro puede considerarse el gran experimento de Cristián Bellei. Consiste en aplicar, con objeto de mirar el sistema educacional chileno vigente e impulsado a comienzos de los ochenta, el máximo rigor de la investigación con la literatura disponible, los datos disponibles, los diagnósticos disponibles y un claro enfoque crítico que hace simultáneamente de punto de partida y de punto de llegada. Pone en movimiento todos sus recursos, extrema los saberes disponibles para hacerlos hablar hasta las fronteras del conocimiento en la materia. Es el gran experimento epistemológico y metodológico para calificar este otro gran experimento histórico, a saber: la radicalidad con que el sistema escolar chileno ha incorporado una lógica de mercado y un sesgo privatista. Radicalidad en doble sentido de la palabra: por la extensión de la privatización, por una parte, y, por otra parte, por la profusa gama de mecanismos que ha internalizado y que son propios de una lógica mercantil. (Ya al principio aclara que la familia de políticas “que conforman una reforma de mercado” es bastante amplia, pero las principales incluyen competencia entre escuelas por alumnos y recursos, libre elección de escuela, desregulación del funcionamiento de las escuelas, apoyo a proveedores privados en condiciones equivalentes al sector público, financiamiento tipo voucher, entre otras. Al comparar con otros países tanto fuera como dentro de A. Latina, el autor muestra que Chile es el país que sin duda ha ido más lejos en todo esto, incluyendo además otras políticas inéditas como la del co-pago y la admisión y expulsión selectiva de los alumnos, con la consecuente discriminación que esto provoca en más de un sentido).

• El libro aborda, o diré ataca, el núcleo temático desde distintos flancos. Es descriptiva, analítico y valorativo. Va desmontando, deconstruyendo, desmintiendo la pretendida consistencia de un sistema educativo a escala nacional que como ningún otro se constituyó en mercado educativo en el mundo. Aborda su génesis en el marco de lo que fue el sistema educacional chileno en su evolución republicana previa a la dictadura. Ilustra, con otros ejemplos nacionales donde se ha dado protagonismo a actores privados en la gestión y oferta del sistema público de educación (Holanda, Bélgica, Canadá, EEUU, Inglaterra y Suecia), para poner en evidencia que nada es tan radical como Chile en la expansión y uso de recursos de mercado, y a la vez tan exento de las necesarias regulaciones del Estado para exigir calidad, monitorear, fiscalizar, y prevenir mecanismos perversos. Lo mismo hace luego comparando el experimento chileno con otros en A. Latina (Argentina, Colombia, Haití, Fe y Alegría), donde también el caso chileno se dispara. Más adelante muestra, con toda la evidencia disponible a la mano, que los supuestos efectos virtuosos que fueron esgrimidos como banderas para instalar y promover el sistema educativo no se han cumplido: ni eficiencia, ni equidad, ni calidad. Es decir, que no sólo en términos valóricos, sino también instrumentales, el sistema educativo implementado como mercado falla estrepitosamente.

• Al mismo tiempo, en un campo donde las mediciones son más complejas, la teoría más compleja y la información no abunda, el autor hace un tremendo esfuerzo para mostrar los niveles de segregación social y segregación académica que adolece el sistema educacional chileno considerando sobre todo el “efecto compañero” (uno de los más segregados en estudios internacionales comparados junto a Tailandia, PISA 2006, índice de duncan). Hay capítulos más sintéticos de diagnóstico y balance, más políticos, como el último sobre el movimiento estudiantil, y más metodológicos, sobre los criterios de medición y su debate en la literatura especializada, como es el caso del capítulo 8.

• Quisiera partir ahora por el final y hablar del último párrafo, y les aseguro que esto no es un spoiler, porque como dije al principio, creo que hay plena consistencia en la idea de partida y lo que toda la evidencia arroja como punto de llegada. Es posible que aquí proyecte mi propio sesgo o deseo, pero el subtexto político que recorre este libro es el de la tremenda desigualdad de oportunidades que plantea un sistema educacional como el chileno. Un país que es tan desigual cuando se relaciona su nivel de desarrollo con su distribución del ingreso, cuando se considera su grado de concentración de la riqueza (que no es lo mismo), su segregación socio-espacial urbana, la fuerte asociación entre desigualdad y diferencia étnica, encuentra en el sistema educacional, este experimento radical de mercado un resorte ejemplar de producción o reproducción de desigualdades.

• Esta postura crítica del autor se ve claramente reflejada en el capítulo más político (El fin del lucro como política educacional), donde el autor afirma “la esencia de la acción del Estado en la educación en el mundo es precisamente…oponerse a la lógica del mercado, que da a cada uno lo que puede pagar y tiende a reproducir en la generación siguiente los privilegios y desventajas de la generación anterior.” (190).

• Se puede, luego, seguir leyendo el libro de atrás para adelante. En primer lugar, la lectura clara, sintética, del movimiento estudiantil de este siglo en Chile, tan emblemático a nivel global, cuyas demandas y reclamos se articulan precisamente sobre el metarelato de la igualdad y los derechos sociales, y contra los pilares de la educación como mercado (o el mercado de la educación) en los que ha puesto énfasis el libro: la provisión privada y escasamente regulada de educación, la segregación que implica el co-pago y la selección y barreras de entrada, la no gratuidad, la renuncia a lo irrenunciable del Estado en el sistema muncipalizado.

• La apuesta por una fortalecida educación pública es un leitmotiv valórico del autor que se explicita claramente al final del capítulo 7, el más político de todos, en que el autor plantea su propuesta a la luz de lo que han sido más de 30 años de sistema educativo con primacía de lógica de mercado. Reconoce allí el autor que es poco viable la súbita discontinuación del financiamiento publico a establecimientos privados con fines de lucro pero aboga por una regulación en múltiples campos de estos proveedores (respecto de calidad, eficiencia, cohesión, diversidad y libre elección, pp. 186-187), que no resulta nada escandalosa luego de pasar por la revisión de casos análogos en sistemas educacionales de países desarrollados.

• Hay una idea puntual que creo que es muy importante y que Bellei la plantea muy bien cuando desmenuza tanto la desigualdad como la segregación en el sistema educacional, y es la de “estigma” (p.137 en relación a la privatización). Estigmatizados, vale decir, marcados negativamente con el signo de la fatalidad, están sobre todo los estudiantes de colegios municipales no subvencionados, en zonas de bajo nivel socioeconómico, que no tienen barreras de admisión ni co-pago, y donde se supone las familias se encuentran en las peores condiciones en materia de asimetrías de acceso y de información. La competencia no elitaria, sino en los sectores medios y bajos, lleva a que hay escuelas que encarnan el status al revés, donde “cualquiera entra” (como si fuera un pecado), la “socialización es muy mala”, y los logros condenados a ser fracasos. Es cierto que la estigmatización es parte de todo fenómeno de segregación escolar y sobre esto hay una larga historia en USA, pero las barreras de acceso, por selección y cobro, además de la competencia por status según supuestos prestigios diferenciados de escuelas desde la oferta privada, que son mecanismos tan instalados en el sistema chileno, hacen del estigma una moneda corriente.

• A la luz de lo anterior, es clave para contrarrestar la desigualdad de oportunidades provocada por la diferenciación vertical en la oferta, así como por las diferencias generadas por el capital cultural en el hogar, disociar lo más posible el destino intra-escolar respecto de la familia de origen (139-141). En Chile todos los mecanismos de mercado introducidos (lucro como motivación en la prestación privada, captura de alumnos de familias con más capital cultural y capacidad de pago, competencia entre escuelas como mecanismo supuesto de mejora en la calidad agregada) hacen lo contrario: amarrar mucho más el acceso diferenciado a la diferencia de origen. La idea de base que es muy propia del uso de mercados para incrementar eficiencia y equidad, es que movilizando las preferencias y diferencias en el ámbito privado (y el de las familias), se generarían círculos virtuosos que redundarían en una mejora agregada que beneficiaría a todos y tendería a reducir brechas (una suerte de mano invisible aplicada al mercado educacional). Lo que se observa más bien son los círculos viciosos entre diferencias de origen familiar y segmentación y segregación en las trayectorias educacionales.

• Creo que este libro guarda una filiación subcutánea con el movimiento estudiantil, en cuanto hace de la educación el nódulo más elocuente de la crisis de la esfera de lo público en el Chile neoliberal y en la herencia de la dictadura, y la dificultad para superar dicha crisis. Es centralmente la educación, pero también la educación opera como el mejor ejemplo. La cuestión aquí es interrogar una sociedad en que la ciudadanía se segmenta todavía según la lógica del dinero, en que la plena realización de derechos sociales se estrella contra un supuesto “sentido común” de mercado, en que la movilidad social es notable si se mide en ingresos y consumos privados, pero es mucho menos generosa al correlacionar derechos y prestaciones como algo que es propio de la esfera de lo público. • En resumen, y como lo he planteado al comienzo, este libro es, por un lado, el punto de llegada de una de las más rigurosas evaluaciones y análisis del modelo educacional chileno, con su sesgo privatizador y su radicalidad en inyectar a la médula mecanismos de mercado. Y podría ser un buen punto de partida, una plataforma epistémica-política, para encarar el debate en torno a las reformas con todo el fundamento que estas páginas ofrecen.

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