28 de enero 2017

«Una mariposa aletea en Haití y en Chile hay un huracán”

En torno a la inmigración.

Hay un minuto en donde nuestros límites morales nos llevan del miedo al enojo una y otra vez. Abrumados por este sentimiento, ante tales cambios, se externaliza el pensamiento y se compromete con una causa. Cuando antes la presencia visible de lo nuevo era un objeto de chiste, hoy se siente una ola de sentimientos encontrados ante un cambio de magnitud incontrolable. Antes era una sensación, hoy una convicción. ¿Qué es? Existen visitantes que no hemos invitado. La inmigración se reconoce en que no hayamos en nuestro visitante un atisbo de relación a “lo nuestro” que nos permita ponerlo en una clasificación cómoda: un viajero en busca de la belleza de nuestros paisajes; una trabajadora con planes específicos de crecimiento entre dos comunidades; exiliados retornando con su familia. No. Estos peregrinos son de otra especie. No sabemos cómo llegaron o cuándo su masa empezó a crecer a niveles impensados.

Nos tornamos pensativos, aunque no mucho. Proliferan las noticias, los documentos, los reportajes, las historias, los encuentros cercanos. Se crea una consciencia, aunque sea una consciencia extraña. Una consciencia hecha y contenida en los medios, siempre en los medios, en la comunicación. Como todos somos científicos ya no leemos literatura (palabras confusas de pensadores de extraña procedencia). Leemos datos, gráficos, estadísticas, diagramas de Venn, porcentajes en unas tablas con números de todo tipo. Ahora nos tornamos seguros -puesto que los números jamás han mentido- de que nuestro país dejó entrar un escándalo y no tenemos las herramientas políticas para generar un cambio. Proliferan por todas partes los análisis, los exámenes, los juicios positivos y negativos ante lo inminente. Lo inminente no es solamente un cambio de nuestro entorno (manifestación polimorfa de colores de piel, pelos, vestimentas y acentos); lo inminente es que hay cambios en la economía inevitables si no se hace algo: cambios en el trabajo, en los balances de fin de año, en las calles, en la vivienda, en la riqueza, la salud, la seguridad de nuestro espacio íntimo, nuestros espacios públicos, entre tantos otros aspectos de vital importancia. Proliferan ahora los discursos, las promesas, los candidatos comprometidos con el cambio, con la consciencia en los afectados, en el pueblo Chileno; su seguridad, sus valores y su identidad.

Hemos logrado, como es la usanza clásica en la ciencia, reducir una infinidad de casos particulares, múltiples en forma y aspecto a la fórmula de un problema. Hemos aplanado el terreno, hemos cortado la maleza que no permitía ver lo que es evidencia: el problema es uno, el de la inmigración. Inmigrante (ya no lo nuevo) se torna no en un complejo sistema de relaciones en una situación crítica mundial donde no entendemos el porqué de estas incesantes marchas, sino que inmigrante es una persona sin arraigo en una búsqueda poco decente y al borde de la legalidad. Quien emigra, quien marcha fuera de su pueblo, se torna más en un invasor quien como lapa se adhiere a una superficie mucho más rica para obtener nutrientes. Con esto, hemos revelado el secreto. Ya no hay más pensamiento y lo único que queda es pensar en una acción.

¿De dónde viene tal consciencia y certeza? ¿Cómo es que hemos llegado a tener tanta certeza sobre la inmigración? La inmigración sigue siendo un recipiente de conceptos formados por la cercanía. El inmigrante autodefinido es un lujo de quien se logra entender como individuo, aunque este sólo lo es si cuenta con una libertad acorde a su lugar de procedencia. Como respuesta preliminar diremos la economía. Tenemos plena consciencia mediática de las grandes catástrofes del mundo, sabemos por entero el frágil hilo del cual pende la actualidad y vivimos en el resguardo de nuestras economías y democracias, difícil logro conseguido después de muchas batallas. Hablamos no solo de la vuelta a la democracia. También hablamos de la vuelta a la economía, a la real economía. Diremos ahora: Chile no es de los chilenos. Chile es de quien lucha y luchó por Chile. Acá entramos en una dicotomía cuando vemos la imposibilidad de homologar discursos frente a cuál lucha fue y/o es más importante. Pero como no nos tornamos tan pensativos, dejamos eso de lado y pensamos en el Chile de hoy, de esta realidad, de esta estabilidad. Hacemos una nueva economía, pero una economía de malestares. Hacemos balances excesivamente profundos y vemos que no hay tal desigualdad, no hay tal inequidad, no hay tal pobreza, no hay tal subdesarrollo. Logramos incluso graficar nuestra felicidad. Todo esto se sostiene -queramos o no- gracias a un fuerte control de nuestras capacidades económicas, las capacidades de un país completo al servicio del mismo y construido por cada uno para cada uno.

¿Qué puede saber un inmigrante de todo esto? ¿Cuán pequeñas pueden ser sus acciones para desestabilizar nuestra economía? Este es el punto clave. Se ha entendido como fin último de nuestra patria, de nuestra identidad patriota, nuestros esfuerzos económicos y legales por defender a la misma. Nuestras máximas morales se miden como símiles de nuestras acciones económicas. Tan preciado es esto, que le tememos a la palabra ‘flojo’ y ‘resentido’ más que a la palabra ‘intolerante’. Podremos ser intolerantes pero ya es una mosca más dentro de esta supuesta “dictadura de lo políticamente correcto”. Hay un nuevo orden dinámico en el movimiento de las poblaciones y esto nos asusta puesto que desestabiliza el orden productivo tal como lo tenemos en progreso. El desequilibrio de los mercados sucede por la creciente alza de inconscientes. No son malas personas, solo desarraigados y personas poco patriotas que, en vez de luchar por hacer crecer su economía, prefieren el camino de la flojera, dirigirse a donde la marraqueta se mastica más crujiente.

Nuestra convicción no es una opinión. Dejamos hace tiempo de tener opiniones diversas de las cosas, nuestra convicción es certeza construida por la economía, que quienes la entienden saben que no miente, o al menos esa es la creencia popular. Tal convicción tenemos en los números que digerimos a cada día, bombardeados por la lucidez, que lo “políticamente correcto” (si es que es algo) es solo una herramienta populista para gobernar masas y cumplir con la agenda política de partidos perversos y gente inconsciente.

Hoy entendemos a Chile como un lugar de vastos paisajes, de hermosas personas, de fructífero capital humano y material, de una cultura tan rica y profunda, que somos como aquellos parientes de avanzada edad que no dejaban entrar a sus casas sin lavarse las manos y menos tocar las cosas. Estamos tan bien que hacemos completos reportes de las crisis en las que vive el mundo y cómo defendernos de ellas. Es cosa de abrir nuestros medios y ver.

Quienes dejan sus pueblos no lo hacen por una sola razón, sino por múltiples. Estas fuerzas de trabajo no son una fuga proveniente de pueblos en crisis y guerras civiles al encuentro con la gloria de una economía a la que consumir pero no aportar. Son más bien un universo multiforme de compleja extensión. Son lo que llamamos, hoy en día, una extraña figura posmoderna en busca de riqueza y cultura. Pero también son algo más de lo que hemos entendido hasta ahora, son sujetos de exigencia. Exigen sueldos, espacio, salud, vivienda, reconocimiento de sus logros académicos, entre otros. Atenernos a estas exigencias nos pone al límite de nuestra moralidad, puesto que ponen en evidencia que en muchos casos, no somos capaces de reconocerlo a los nuestros. No estamos haciendo una defensa de una sociedad, estamos haciendo una defensa de una patria entendida como flujo del orden productivo, pero detestamos la competencia en un sistema de competencia.

 

Foto: Daniel Aguilera

 

Santiago, 1991. Actualmente cursa la licenciatura en Filosofía por la Universidad de Chile.

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